Más allá del limes
Dicen que en el siglo XIX el
hombre empezó a trazar fronteras en la tierra y vestir de banderas todo lo habido
y por haber. Pero esto de “lo tuyo y lo mío” tiene más años que el sol. De hecho,
hay que retrotraerse hasta la Antigüedad para ver las primeras luchas entre
vecinos por un tema tan ficticio como el de la propiedad. Ya hace 5000 años se
daban estas luchas en la antigua Mesopotamia y Egipto por estas cuestiones, que
de forma no oficial evidenciaban una tendencia natural del hombre a apropiarse
de aquello que consideraba propio.
La problemática dejó guerras,
miles de muertes, imperios y reyes en el camino. Hasta que llegó Roma, pionera
en muchos aspectos, la primera civilización que trazó fronteras. Lo llamaron
limes.
El limes fue siempre el límite entre
lo conquistado y lo que estaba por conquistar. Una línea imaginaria vigilada
por patrullas y algún que otro fuerte en puntos muy conflictivos. Sin embargo,
en un momento dado el limes pasó a convertirse en una línea imaginaria
perfectamente amurallada y vigilada que marcaba lo conocido y lo desconocido.
Pasó de ser una línea que marcaba la conquista a una línea defensiva, que se
extendía por todo el Imperio.
Esto ocurrió en la segunda mitad del
siglo I d.C. con la cada vez mayor resistencia de los pueblos bárbaros (eran
todos los pueblos más allá del limes). Primero en Britania (muro de Antonino y
Adriano), después en Germania, después en el este de Europa y después toda la
zona de Oriente próximo y África. En total se trazaron siete limes que
resistieron a duras penas. Finalmente, el limes germanicus cayó ante el empuje
de innumerables pueblos bárbaros y la imposibilidad de defenderlo por parte de
los romanos. Como un castillo de naipes en poco menos de un siglo cayó el
Imperio de Occidente.
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